Blogia
Pilar Bellés Pitarch: Enseñar y aprender, un juego que no acaba nunca... un cuento... una ocasión.

¡BUEN PROVECHO!

¡BUEN PROVECHO!

Era la hora de merendar, la hora de ir al parque, comerse el bocadillo y jugar un rato con los columpios y los amigos de la escuela. Hacía un par de semanas que Miguel había hecho un par de amigos nuevos. Se trataba de dos perros adultos pero muy pequeñitos, de raza indefinida que un vecino sacaba a pasear todos los días.

Desde hacía un par de semanas Miguel les  propinaba todo tipo de caricias y carantoñas, les rascaba la espalda, les daba miguitas de bocadillo, los abrazaba... durante media hora o más Miguel jugaba con los perros todos los días. Hubiera seguido así durante mucho tiempo a no ser por lo que pasó ese día.

Los humanos tenemos días que estamos de mal humor. Los perros además tienen dientes y, a veces, poco control sobre su fuerza. Uno esos perros chiquitines, el más feo, que era de un color marrón grisáceo,  pasaba por uno de esos días. Se abalanzó sobre Miguel, le quitó el bocadillo y le mordió a la mano.

El perro estaba vacunado. El mordisco era sólo un rasguño de nada. El dueño castigó al perro enseguida y quiso quitarle el bocadillo. Però la mamá no le dejó:

-  Deje que se lo coma. ¡Buen provecho! ¡No pasa nada! ¡Tranquilo! Me temo que no ha sido culpa del perro...

Desde aquel día Miguel no volvió a arrimarse a más de un metro de un perro. La mamá hacía que merendase antes de jugar y el dueño de los perros no dejaba que se los niños tocasen  a sus perros. El más agradecido fue el perro, que cada vez que se cruzaba con Miguel movía el rabo como diciendo: Gracias.

A los niños les encantan los perros grandes y peludos. Son para ellos como peluches gigantes. La mayoría de los que sacan de paseo son inofensivos y nunca han hecho daño a nadie. Pero no debemos olvidar que son animales y, que por muy mínima que sea, siempre existe la posibilidad.... hay que ir con cuidado.

 

0 comentarios