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Pilar Bellés Pitarch: Enseñar y aprender, un juego que no acaba nunca... un cuento... una ocasión.

MEDIO SIGLO

MEDIO SIGLO

He llegado cansada de trabajar y me he sentido pequeña, perdida  e insustancial. He sentido que hoy debería ser un día especial pero no lo era;  que debería hacer algo diferente ya que no todos los días se cumplían medio siglo de vida. La pregunta era ¿qué me queda por hacer para que hoy fuera un día especial?

Respecto a mi madre, ya me felicitó anticipadamente ayer por si hoy se olvidaba. Ya me dio su regalo de cumpleaños y nos fuimos a comer a un restaurante para celebrar anticipadamente el evento. ¿Por qué con antelación? La razón es muy sencilla: hoy no podíamos. Todos trabajábamos y no coincidíamos ni a la hora de comer. Así que, lo celebramos con anticipación y, al menos, tendría la tranquilidad de haberlo celebrado.

Por lo relativo a mi pareja tampoco es para lanzar cohetes. Anoche me quedé hasta más de las doce para empezar juntos mi día de cumpleaños y para que él fuese el primero en felicitarme. A parte de pasar sueño, no ocurrió nada más ya que él se sentó delante del ordenador, se conectó a internet y se olvidó de mí. Yo, muerta de sueño, esperé a que fuesen las doce. Cuando llegó la hora me fui a la habitación del ordenador, me planté delante de él y me puse a mirarle.

—¿No me dices nada?

Se quedó mirándome con la cara emblanquecida debido a la escasa luz, unas pequeñas bolsas en los ojos y unas ojeras entre moradas y grana. Estaba sentado en una silla plegable, con la espalda encorvada y mirando el portátil con unas gafas de farmacia que le ayudaban a combatir su presbicia.

Volvió a mirarme con expresión de fastidio. Por la forma que forzó la vista parecía no ver nada.

—¡Dichosas gafas! ¿Qué quieres?

Se apartó las gafas encima del pelo y me miró con cara de sorpresa.

—¿No se te olvida algo? —volví a insistir yo esperando el «gran milagro».

—Tal vez… Pero no tengo ni idea. ¡Dímelo tú!

Se fijó que yo iba con pijama y medio despeinada por la pequeña siesta de abrir y cerrar los ojos que había hecho mientras esperaba por lo que dedujo que no había ido a la peluquería.  Miró mi pijama desgastado y pensó que tampoco me había comprado ropa nueva. Miró el ordenador para que no se le pasara algo que, según él, tenía que teclear preciso antes de un tiempo.

—¡Me rindo! —dijo él con ánimos que se lo dijera de una vez y lo dejara en paz.

—¿Qué día es hoy? —pregunté yo aún con una tenue esperanza que  se acordara.

—Domingo. Tal vez lunes. Eso es, lunes, son las doce y cinco. ¿Qué quieres? Tal vez que nos vayamos a dormir…

—No.

—¿Entonces?

—¿Ya  está bien de tomarme el pelo? Te lo vengo recordando todo el día. Hoy nos hemos ido a comer con mi madre para celebrarlo. Ayer me compré tu regalo. De verdad, por una vez, me hubiera gustado que fueses tú quien eligiera mi regalo, que me hubieras preparado una fiesta sorpresa y que mostrases un poco de emoción…

—Una vez que te elegí un anillo no te gustó.

—Es que era muy feo…

Por poco comenzamos a discutir pero paré a tiempo.  

—Ya no podré decir más que tengo cuarenta y tantos.

—Yo tengo más de cincuenta y no pasa nada.

—Nos hemos hecho viejos —dije yo intentando decir algo interesante.

—Tú eres viejita, yo no…

Entonces se puso a bromear sobre si cumplía cuarenta y nueve, cincuenta o cincuenta y uno en un tono entre lastimoso y aburrido. No me vino a la mente otra cosa que mandarlo a pintar monas. Me di la vuelta y, sin despedirme, me fui a dormir. El vino detrás y se acostó a mi lado.

—¿Qué se dice?

—¿Felicidades?

Casi por obligación o presionado me felicitó. Esta mañana yo esperaba un desayuno especial pero, por desgracia, soñar es gratis y sólo he desayunado lo de costumbre y, para más inri, me lo he tenido que preparar yo como siempre.

He dicho al trabajo que era mi cumpleaños, he traído pasteles y me han felicitado. Me han cantado el  «cumpleaños feliz» pero sin preguntarme la edad. Parece ser que, a partir de los cuarenta, hay cierta incomodidad a la hora de preguntar.

De vuelta a casa no he visto nada que no fuera normal y corriente. Parecía ser que a nadie le importaba que yo tuviera medio siglo de vida, que todos continuaban su rutina y no ocurriera nada de especial.

No he podido resistirme a tomar postre especial y luego repetir. Aunque sabía que aquel dulce no era bueno para mi salud he pensado que sólo se cumple medio siglo una vez en la vida y que un día como hoy todo estaba permitido.

Transcurría el día y nada pasaba hasta que he abierto el Facebook.

Mi corazón ha dado un vuelco. De repente, más de cien amigos felicitándome, mandándome bellas postales, poesías y mensajes de todo tipo. Los he leído todos y, es más, he estado dos horas contestándoles aunque no me ha importado porque me he sentido bien. He dejado de comer y he mirado por la ventana. Hacía sol y buen tiempo. Los verdes árboles resplandecían en el parque. Mis pies han comenzado a moverse solos. Me he puesto el chándal y las zapatillas de caminar y me he ido a hacer deporte. He vuelto con una sonrisa de oreja a oreja.

Ha regresado mi pareja y lo he recibido con los brazos abiertos. Él ha sonreído.

—¿Y esto?

—¡Internet! Mis amigos del Facebook que me han alegrado el día.

—¡Estupendo!

Internet me ha alegrado el día y ha llenado ese vacío que había en mi alma el día de mi cincuenta cumpleaños. Para que luego hablen mal de las redes y de la rutina y la soledad del Facebook. No quisiera con esta historia que me acabo de inventar decir que  en el Facebook todo sea bueno ni que nuestros seres queridos sean aburridos ni insustanciales pero, a veces, nos hace falta un cambio para sentirnos bien. ¡Gracias amigos de internet por haber creado en mí esta ilusión!

2 comentarios

Pilar Bellés -

Gracias. En algún momento de nuestra vida todos nos sentimos así, absorbidos por la rutina, yo también. Sin embargo, el día de mi cumpleaños fue diferente y especial. Lo buenos de escribir es que te puedes meter en la piel de cualquiera. Gracias por la flor. Un abrazo.

Ramon Fdez de Guevara R -

Es un relato tan real como la vida misma. A pesar de que las felicitaciones por Internet no son tan reales como lo aparentan, porque es Facebook quién avisa del cumpleaños, porque no cuesta ningún trabajo ejercer el compromiso de ser amigos, lo tenemos resuelto con apenas tres frases.
Personalmente prefiero una llamada por teléfono, aunque sólo cueste unos céntimos.
Me ha gustado tu forma de escribir y espero que no hayas sido tú la protagonista de tu relato. Yo te hubiera ofrecido una flor, aunque fuera una margarita del jardín, que cuesta menos que una llamada por teléfono.