UN CUENTO DE PILAR BELLÉS: "La comida del día de Navidad"
Desde niña siempre soñé con una Navidad perfecta en la que la comida gustase a todos, la conversación fluyera en armonía y mi familia, por fin, fuese modélica. Sorprendentemente eso no llegaba. Siempre ocurría algo que rompía el encanto.
Cada año poníamos el árbol unas semanas antes. Siempre seguíamos el protocolo: primero las luces para que la luz iluminara nuestras vidas y, a continuación, las cintas de espumillón: la cinta verde como un signo de esperanza; la roja por el amor; la amarilla por la salud; la azul por la cultura, los estudios y el dinero; la marrón por el trabajo; la negra para alejar la envidia; la violeta por el éxito
A continuación las bolas doradas, la gran estrella y el ángel a la parte más alta del árbol.
Luego venía la decoración de la casa que cada año tenía un toque diferente y el Belén con musgo y piedras naturales, su harina y su río con patos. El Belén siempre había sido una tradición a la que no renunciábamos. Nos complacía que cada año, la Nochebuena, vinieran a cantarle a nuestro Belén. Les ofrecíamos polvorones y moscatel a los músicos y acabábamos llenos de emoción de tantos halagos hacia nuestro trabajo. Eso hacía que cada año compráramos nuevas figuritas y ampliáramos nuestra pequeña obra de arte.
La Nochebuena cenábamos comida preparada, que nos habían traído del restaurante. Cada año teníamos cena diferente y las conversaciones versaban sobre la variedad de los menús. No está mal esto para lo que nos ha costado. Este pescado tiene espinas. La carne está poco hecha. Voy a la cocina y la meteré al microondas. Las patatas están pasadas. Me encanta la salsa nueva que nos han puesto. El año pasado, a estas horas, éramos sólo siete. Este año han venido cuatro más. Ha sido todo un exitazo. El año que viene, esperemos que estemos todos para volverlo a celebrar. Así transcurría la Nochebuena, hablando de comida y de asuntos insustanciales.
Al día siguiente, la Navidad era otra historia. La comida de Navidad era desastrosa. Todos nos levantábamos tarde y nadie tenía hambre. Todos buscaban excusas para no asistir o para no comer nada de aquel menú light que mamá preparaba y, desgraciadamente, me pedía a mí que eligiera. Nunca acertaba, nunca gustaba a todos y siempre acabábamos discutiendo. Sentarnos a la mesa todos a la vez era un auténtico calvario. Unos nos habíamos levantado temprano y teníamos prisa por comer e irnos a descansar de una vez; otros, que se acababan de levantar, no tenían prisa y, por último estaban los que les gustaba hacerse rogar, que creían que todo el mundo estaba a su disposición y habían venido al mundo para ser servidos. Después de mucho esfuerzo conseguíamos comer todos juntos. Sin embargo, eran tantas las discusiones y las trifurcas que acababa sentándonos mal la comida. De este modo pasaban los años. Yo soñaba con la comida perfecta, con la Navidad perfecta y con la familia perfecta. Así yo acababa cada fiesta de Navidad disgustada pensando en lo que pudo haber sido y no fue.
Fueron transcurriendo de este modo las navidades imperfectas yo fui creciendo y madurando hasta convertirme en una persona adulta, primero, y una persona mayor, después. Ese sentimiento de insatisfacción crecía año tras año. Tenía ante mis ojos algo muy grande, lo más grande del mundo, y no sabía apreciarlo. Me estaba perdiendo en los pequeños detalles y no sabía ver el todo.
¿Qué ha de pasarnos para que lleguemos a apreciar lo bueno que tenemos y dejemos de quejarnos? Desde luego, hasta que no te ocurre no sabes qué es y, hasta que no lo pierdes no sabes lo que tienes. Eso lo comprendí cuando falleció alguien muy cercano a mí y, desde entonces, las Navidades no han vuelto a ser lo que eran. No estamos todos y, los que seguimos en este mundo, tenemos los ánimos por los suelos. No tiene sentido hablar de la comida ni de temas insustanciales. Tampoco tiene sentido pelearnos por si nos sentamos a la mesa a hora o no. En realidad, nada de lo que hacíamos antes tiene sentido ya. Ahora nos abrazamos y hablamos de los que sí estamos y lo importantes que somos los unos para los otros, las cosas bonitas que nos ocurren y todo lo que no nos gustaría perder. Todo el mundo acude a hora y nadie discute la comida sea la que sea. Hemos evolucionado. Las Navidades son tristes pero llenas de sentimiento y amor. No sé si el cambio ha sido para bien o para mal pero las cosas son diferentes.
Dicen que hemos de estar abiertos a los cambios y que siempre hemos de tener el corazón abierto para saber perdonar a quien nos hizo daño. Navidad es una buena época para coser esas heridas que nunca acaban de cicatrizar. El problema es que hay mucha buena voluntad para Navidad y, tiempo después, nos la vuelven a pegar. El destino nos pone a prueba pero también lo hacen algunas personas malvadas que van tentándonos a ver cómo aprovecharse de nosotros y tomarnos el pelo. A mí me ha caído encima una de esas pruebas y he de tomar una decisión. La comida de Navidad de este año ha sido organizada en casa de alguien de la familia que me hizo mucho daño y con quien casi no me hablaba desde hacía mucho tiempo. He sido invitada a su casa pero no sé qué decisión tomar porque una cosa es la teoría y otra muy diferente es ponerla en práctica.
¿Qué voy a hacer? Si acepto la invitación es como decirle a esta persona no pasa nada. Lo que me hiciste estuvo bien. Puedes volver a hacerme daño cuando te plazca y no pasa nada. Me invitas a comer a Navidad otra vez y todo arreglado
. Sin embargo existe la otra opción la de cerrarle la puerta y no darle la oportunidad a esa persona: No quiero saber nada de ti. Te seguiré teniendo rencor toda la vida por lo que hiciste. Estuvo muy mal y nunca lo olvidaré. A mí me han educado que se debe dar una oportunidad a las personas por muy malas que hayan sido contigo y que, hasta las personas más hipócritas y prepotentes del mundo, tienen un rincón de bondad en su corazón. El tema es que sí quisiera darle una oportunidad a esa persona pero sin darle pie a que intente volver a hacerme daño. ¿Cómo se puede lograr eso? ¿Qué debo hacer? ¿Ha cambiado realmente o sólo está fingiendo para que vuelva a confiar en ella? ¿Debo de darle una oportunidad o hacerme la dura y hacerla esperar? ¿Ha de ocurrir algo tan horrible como la pérdida de alguien querido para que seamos capaces de reaccionar? ¿Quién tiene derecho a juzgar lo que hay en el corazón de otra persona? ¿Cómo se puede crear una coraza tan fuerte para que nadie abuse de tu confianza y te haga daño? ¿Cómo identificar a quién se debe dejar entrar en tu vida y a quién no? ¿Qué es la Navidad?
El corazón me dice que darle una oportunidad a esa persona es un error porque yo no me fío de ella y, si me ha hecho daño antes, creo que me lo volverá a hacer. La razón me dice que no debo cerrarle la puerta del todo para que no piense que, al igual que ella, yo también soy una engreída y me creo mejor de lo que soy.
Ya está decido: no asistiré a esa comida. Me parece algo estúpido ya que, después de lo que he tenido que aguantarle a esa persona, en estos momentos, no tiene espacio en mi corazón. Sin embargo, he decidido que iré a hacerle una visita corta y le felicitaré las fiestas como lo hago con los conocidos. Dejaremos que entre el aire y poco a poco se irá calentando el ambiente. Ya veremos si algún día se llega a algo más. Dejaremos que un poco de esperanza nos invada y, cuando sea el momento de darle esa oportunidad que ella espera, mi corazón lo sabrá.
Lejos de los convencionalismos de lo que es razonable y lo que no y dejando aparte las tradiciones que nos abruman estos días os diré que el corazón nunca se equivoca y, si de verdad hacemos lo que sentimos en él, haremos que estos días sean especiales y la Navidad tendrá sentido en nuestras vidas.
Este cuento es inventado pero los sentimientos son reales. Espero que tú que lees esta historia le hagas caso a tu corazón, lo escuches y, es con las personas que hay dentro de él con quienes debes celebrar la Navidad. Sólo así la Navidad comenzará a tener sentido para ti y cada año será especial. El corazón nunca miente. ¡Feliz Navidad!
4 comentarios
Pilar Bellés Pitarch -
Marisa Ribot Ruiz -
Pilar Bellés Pitarch -
Blanca Arpon -